Virginia de la Muerte

Parte Tres – final

Virgnia de la muerte

Amigos, hoy concluimos con esta impactante historia que espero estén disfrutando como Yo: Virginia de la Muerte.  Sigan enviando sus historias a través del siguiente link: Historias.

“Por la mañana, el ambiente en la casa era pesado, saturado con el aroma de las flores y el incienso. La abuela Angelita yacía en su ataúd, vestida con su mejor ropa, mientras nosotros, y los pocos amigos que teníamos en Janitzio nos reuníamos en torno a ella para darle el último adiós. Virginia, fiel a su manera de afrontar estas cosas, se encerró en su habitación y no salió de ahí. Mis padres, y hasta mi hermana la justificaban porque era chiquita, pero a mí me parecía muy rara su actitud. Yo sentía algo en la atmósfera que no cuadraba, algo que la hacía estremecerse.

La gente estaba rezando el Santo Rosario cuando un sueño pesado cayó sobre mí y me quedé dormida. Comencé a soñar, pero todo parecía tan real, que por un momento pensé que en verdad estaban sucediendo las cosas tal como voy a contarlas. En mi sueño, de repente las luces titilaron, y un murmullo inquieto recorrió la sala. Miré a mi alrededor, buscando el origen de la perturbación. Fue entonces cuando vi algo que me hizo quedarme helada. En el fondo de la habitación donde estaba la abuela, una sombra oscura se deslizaba por la pared, tomando forma lentamente. Era alta y delgada, con extremidades que parecían alargarse más allá de lo humano.

La sombra avanzó hasta detenerse junto al ataúd de la abuela Angelita, y los murmullos se convirtieron en gritos ahogados cuando la figura comenzó a inclinarse sobre el cuerpo inerte. Yo sentí una ráfaga de aire frío a mi alrededor, y mis pies parecían clavados al suelo. La sombra, con movimientos lentos y deliberados, extendió una mano huesuda hacia el rostro de la abuela, acariciando su mejilla con una ternura que resultaba grotesca.

Fue en ese momento que noté algo aún más aterrador: los ojos de la abuela Angelita, cerrados hasta ahora, se abrieron de golpe. Unos ojos vacíos, carentes de vida, pero llenos de una oscuridad que parecía absorber toda la luz a su alrededor. La abuela se incorporó lentamente, como si una fuerza invisible la estuviera levantando. La sombra retrocedió, mezclándose nuevamente con la oscuridad de la habitación.

El pánico se apoderó de todos los presentes. Gritos, llantos, gente corriendo en todas direcciones. Pero yo no podía moverme. Estaba hipnotizada por la mirada vacía de la abuela, por la mueca extraña que se formaba en su rostro. La abuela Angelita abrió la boca para hablar, pero lo único que salió fue un susurro áspero, ininteligible, que parecía provenir de un lugar mucho más allá de la tumba.

Entonces, en un destello de comprensión aterradora, reconocí la sombra. Era Virginia. La forma, los movimientos, todo encajaba. Intenté gritar, advertir a los demás, pero mi voz no salía. La abuela Angelita, ahora completamente incorporada, giró su cabeza lentamente hacia mí, sus ojos vacíos perforando mi alma.

Justo antes de despertar, escuché una palabra que resonó en mi mente como un eco:

«Regresa».

Cuando abrí mis ojos y volví a la realidad, la casa estaba en silencio. El rosario había terminado y la abuela Angelita yacía en su ataúd, inmóvil. Los demás, algunos llorando y otros en silencio, permanecían ahí sin darse cuenta de mi agitación por la pesadilla que acababa de tener. Desde esa noche temo a Virginia, porque estoy segura de que algo tuvo que ver en la muerte de mi abuelita; pero nunca pude decirlo por miedo a ser reprendida una vez más.

A la abuela  se le dio sepultura en Janitzio, porque ahí están hasta hoy todos sus antepasados. Nosotros intentamos darle vuelta a la página, aunque otro hecho inesperado sucedió poco después.

La mañana después del entierro nos levantamos muy tarde porque todo lo antes narrado nos había dejado cansados. Cuando nos sentamos a la mesa, nos pareció raro que Virginia no bajara a desayunar con nosotros, así que mi padre fue a buscarla, solo para encontrar la habitación vacía. Después de buscarla por todos los rincones de la casa sin éxito, decidimos salir a la calle, pero al abrir la puerta, hallamos las flores marchitas. Las mismas que Virginia nos ofrecía aquella noche de muertos. A nadie se le hizo extraño el hecho, excepto a mí, que para entonces ya vivía aterrorizada. Mis padres preguntaron en todas partes, incluso a los trabajadores del cementerio, pero todos aseguraban nunca haber visto a ninguna niña ofreciendo flores la noche de muertos, ni tampoco con nosotros en ningún momento. Sin embargo, un anciano que se encontraba limpiando una tumba fue el que nos dio luz al respecto. Cuando le contamos todo lo sucedido, y le dimos la descripción de Virginia, nos miró con ojos llenos de temor y dijo:

«Esa es Virginia. Dicen que una bruja hizo un pacto con el diablo hace muchos años, prometiendo su alma a cambio de poder eterno, pero no cumplió. Desde entonces, el diablo toma la forma de una niña, ofreciendo flores a los vivos cada noche de muertos, buscando a la bruja que no le cumplió lo prometido.»

Ya en casa, con miedo y un nudo en la garganta, mi madre nos contó que mi abuela Angelita solía practicar la brujería en su juventud. Seguramente era Ella la que hizo un pacto con el maligno y luego no cumplió su parte, por lo que el diablo había venido a buscarla. Virginia, aquella sucia, desarrapada pero tierna niña negrita, no era más que una manifestación del diablo que vino a buscar venganza. Mis padres prepararon un pequeño altar con flores frescas y velas, intentando protegernos de su ira; y aunque jamás la volvimos a ver, mi miedo de niña, reprimido para no ser reprendida, estalló en mí. Salimos de Janitzio hacia la ciudad de Morelia donde fui examinada por dos psicólogas muy buenas, pero que murieron unos meses después de haber conocido la historia. Y Yo, hasta ahora, no he vuelto allá, ni tampoco entro a ningún cementerio por miedo a encontrarla de nuevo. Todavía, al escribir esta historia, siento escalofríos en mi cuerpo y tengo miedo. Ahora soy madre de dos niños y aunque ellos no han tenido ningún encuentro con esa cosa, temo por sus vidas. Temo por mí, por mi marido y por todos los que me rodean. Gracias por leer y compartir mi historia. ¿Tendrá usted, maestro, algún consejo para darme?”

Que no temas; ese es mi consejo. El ente ya vino a cobrar lo que se debía y es probable que no vuelvas a verlo nunca. Pero si crees que requieres alguna consulta, llámame y agendemos una cita. Gracias por tu impactante historia.

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