¡Gracias, brujas!
El pasado sábado ocho de marzo, como cada año, se conmemoró el Día Internacional de la Mujer en diversos países. Miles de feministas salieron a las calles, algunas exigiendo derechos, otras desafiando el orden, unas más dejando su huella con fuego y escombros. Pero entre todas ellas, muchas aún no comprenden que el verdadero poder de la mujer no se encuentra en la confrontación externa, sino en la fuerza interna que ha movido el mundo desde tiempos inmemoriales.
La mujer que entiende esto, que despierta y abraza su esencia, se convierte en bruja. No en el monstruo temido por los inquisidores, ni en la caricatura de cuentos infantiles, sino en la mujer que conoce su poder, lo cultiva y lo usa para transformar su realidad. La brujería, en su esencia más pura, no es otra cosa que voluntad, sabiduría e intuición manifestadas.
¿Por qué la Iglesia quemó a miles de mujeres y apenas a unos pocos hombres en la hoguera? Porque temía su poder. No el de las llamas ni las revueltas, sino el de la sabiduría, el conocimiento prohibido, la independencia. Sabían que una mujer consciente de su fuerza es incontrolable, y por eso intentaron borrarlas de la historia. Fracasaron.
Las brujas siguen aquí. Y yo lo sé porque han estado en mi vida desde el principio. Fue una mujer quien me inició en el sendero oculto, la gran Isis, que dio a luz a este mago oscuro y fue la llama que encendió mi conocimiento. Mi madre, protectora hasta el exceso, pero inquebrantable en su amor. Mis hermanas, mis amigas, mis discípulas, las mujeres que confían en mí para sus trabajos, las que me leen ahora. Y mi esposa Cecilia, consejera, cómplice y apoyo inquebrantable en mi vida y mi labor.
Las brujas caminan entre nosotros. Son aquellas que escuchan su voz interior, que moldean el destino con su voluntad, que entienden que su verdadera fuerza no necesita pruebas ni gritos, sino certeza.
¡Gracias, brujas! Gracias por ser fuego, viento y sombra. Gracias por existir, por resistir y por recordar al mundo que jamás dejaron de estar aquí.
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