La Sombra del Fantasma
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha buscado respuestas sobre lo que ocurre después de la muerte. Para algunos, el fin de la vida es un paso hacia otra existencia; para otros, es el regreso a la fuente primordial de la que todo proviene. En mi comprensión del más allá, la muerte no es un final absoluto, sino una transición.
Cuando una persona muere, la chispa de energía que le dio vida, aquella gota de esencia que lo hizo ser, regresa al gran océano de energía universal. Allí, se diluye y se reintegra a la totalidad, perdiendo la individualidad que tenía en vida. Sin embargo, no todo desaparece.
Aquí, en la Tierra, permanece una sombra de lo que fuimos: un ente vaporoso compuesto de nuestros deseos, sentimientos y emociones. A esto se le llama fantasma, pero no es el espíritu inmortal. Es un residuo del yo, un eco de la mente y el corazón, una criatura formada por las pasiones que en vida nos dominaron.
Este ente pertenece al bajo astral y se niega a morir. Se aferra a la existencia con la misma intensidad con la que su dueño sintió, odió y amó en vida. Se alimenta de otros seres que vibran en su misma frecuencia, de aquellos que en vida comparten sus mismos rencores o deseos oscuros. Y aunque este fantasma no es eterno, su desaparición es lenta. Se va descomponiendo poco a poco, al mismo ritmo en que la carne del cuerpo físico se consume bajo la tierra.
Son estos seres los que se aparecen a la gente. No son el espíritu inmortal de quien fuimos, sino el residuo emocional que dejamos tras la muerte. Cuando alguien ve una aparición, lo que en realidad está viendo es ese ente del bajo astral, un cascarón vacío que aún se aferra a la existencia. Normalmente, estos fantasmas aparecen vestidos con la misma ropa con la que fueron enterrados. Un detalle inquietante es que, al mirarlos, es imposible verles los pies. Se desvanecen en el aire, como si flotaran sobre el suelo, incapaces de sostenerse plenamente en este mundo.
Y, sin embargo, a nuestros ojos, parecen ser la persona que murió. Puesto que están formados por sus sentimientos, emociones y deseos, conservan su imagen, sus gestos e incluso su voz. Son un doble del muerto, una réplica tenue y sombría que imita lo que en vida fue su dueño. Pero no debemos dejarnos engañar: no es el alma de quien partió, sino un reflejo de lo que quedó atrás.
Es por esto que he tomado una decisión firme respecto a mi propia muerte. He pedido a mis familiares que mi cuerpo sea incinerado. No quiero que lo que quede de mí en este mundo se convierta en un ente tenebroso que se alimente de lo que alguna vez fui. No quiero dejar tras de mí un reflejo de mis malos deseos, un espectro que se aferre a la vida con la misma pasión con la que alguna vez desee lo peor para otros.
Al convertir mi cuerpo en cenizas, reduciré al mínimo la existencia de ese ente. No permitiré que se alimente ni que prolongue su miseria. Prefiero que todo lo que soy regrese al gran océano de energía y no dejar huella de lo que mi sombra podría haber sido.
Cada uno decide cómo quiere marcharse de este mundo, pero yo he elegido no dejar un fantasma tras de mí.
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