Magia Simpática: Mi primer encuentro con lo oculto

Colaboración especial de La Bruja Celestina para La Voz de Satán

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París, Francia. Sentada en un café, con mi croissant recién horneado y un chocolat chaud que huele delicioso, recuerdo y escribo. La brisa entra por la ventana y puedo escuchar el murmullo de la gente mezclado con una suave chanson française de fondo. Tecleo en mi ordenador mientras veo a la gente pasar, con su estilo tan chic, como si todos fueran sacados de una película. Cada sorbo de mi chocolate caliente me hace sentir en un sueño, y la ciudad tiene esa magia que hace que cada rincón parezca digno de una postal.

Y los recuerdos vienen. Regreso en el tiempo y vuelvo a vivir aquella historia. Todo comenzó con la señora Álvarez, la vecina más amable del barrio en la Ciudad de México, cuando Yo tenía solo ocho años. La mujer, ya entrada en años, Siempre tenía una sonrisa y una palabra bonita para todos, hasta que un día enfermó de algo raro. Se quedó en cama, cada vez más débil, como si algo le estuviera robando la vida.

Mi mamá, preocupada, en una de esas ocasiones en que nos visitaba le contó a mi papá lo que pasaba. Él decidió ayudarla y, para mi sorpresa, con esa voz imperativa que a veces le caracteriza y que ustedes los lectores no conocen todavía, me pidió que lo acompañara.

El miedo me golpeó de inmediato. No era un miedo de esos que te hacen gritar o llorar, sino uno que te paraliza. Se sintió como un nudo en el estómago, como si una sombra fría se deslizara por mi espalda. Mi mente empezó a llenarse de imágenes aterradoras: ¿y si pasaba algo malo? ¿Y si mi papá no podía ayudarla y yo veía algo que no debía? Quise decir que no, pero sabía que no tenía opción.

Yo pensé que mi mamá se iba a oponer, pero como siempre, ella nunca dice que no a lo que mi papá ordena, y eso me molestaba. Así que no me quedó otra opción más que ir, aunque me moría de miedo. En el camino, mi padre me dijo: «Pequeña, lo que voy a hacer ahora es algo muy especial. Tus ojos verán cosas que nadie te ha enseñado en la escuela ni en la iglesia. Es un mundo escondido, lleno de secretos que pocos llegan a conocer. Es como abrir un libro mágico que solo unos pocos pueden leer. No tengas miedo, porque yo estaré ahí. Lo que descubrirás no es un sueño, sino una verdad que ha estado allí todo el tiempo, esperando a que la veas. Ahora, solo ve y calla.» «Sí, papi.» Dije con timidez y miedo.

Cuando llegamos, la señora Álvarez estaba pálida, casi sin fuerzas. Me dio escalofríos verla así. «Príncipe, no sé qué es lo que me sucede», susurró con la poca energía que le quedaba. Mi papá solo asintió y dijo la frase que hoy en día lo identifica en sus programas: «Cuando la sombra de la noche se cierne sobre nosotros, muchas cosas pueden suceder.» Sí, esa frase no es mercadotecnia; siempre lo ha creído. Pero sigamos.

Se sentó a su lado, tomó sus manos y cerró los ojos. Luego empezó a murmurar palabras en un idioma que yo no entendía, como si hablara con algo o con alguien más. Después, levantó las manos y las movió en el aire, con precisión, como si estuviera realizando una cirugía invisible.

Yo temblaba y no podía apartar la mirada. Parecía que estaba sacando algo de ella, algo oscuro, algo que no se veía, pero que definitivamente estaba ahí. Sus manos se movían con tanta elegancia que me recordaban a un bailarín. En ese momento, me debatía entre el asombro y el terror. Cuando terminó, suspiró profundamente. La señora Álvarez abrió los ojos y sonrió débilmente. Yo no supe lo que había pasado.

Esa noche, cuando llegamos a casa, no dejé de bombardear a mi mamá sobre lo que era todo aquello. Me miró con esos ojos sabios que tiene y, con su acento argentino, me explicó: «María, mirá, lo que hizo tu viejo fue hacerse el que la operaba a la señora, ¿me entendés? Eso se llama Magia Simpática, y en esas cosas hay bocha de poder mental en juego. Tenés un padre que es experto en eso. No temás.»

Pero, ¿cómo no temer? En ese momento sentí un orgullo inmenso porque mi papá era un sanador, alguien capaz de hacer cosas que parecían imposibles. Pero también sentí miedo. ¿Hasta dónde llegaba su poder? ¿Podría usarlo para algo malo si quisiera?

Cuando tenía ocho años, no lo creía posible. Lo idolatraba. Hoy, a mis quince, sé que todo tiene un equilibrio. Comienzo a Ver las cosas de otra manera y sé que su poder no es solo algo que le pertenece, sino que también forma parte de mí. Entiendo que ese día no solo fui testigo de su magia, sino que fue mi primera lección. Mi padre no me llevó con él solo para que mirara: me llevó para que aprendiera. Y aunque todavía me asusta el peso de ese conocimiento, sé que todo esto fue parte de mi propia formación.

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