Magia Sexual en la Biblia: El Tabernáculo como Metáfora del Cuerpo Femenino
Hay quienes aún creen que la Biblia no habla de sexo. Que es un libro de moralidad, reglas y obediencia. Pero basta leer entre líneas, con el ojo entrenado de un iniciado, para descubrir que el mensaje bíblico (aunque las organizaciones religiosas no quieran reconocerlo) trata fundamentalmente de dos grandes energías que mueven al mundo: Sexo y dinero. Hoy hablaremos del primero.
El Tabernáculo: Arquitectura Divina y Anatomía Sagrada
El religioso, llámese judío o cristiano, vive creyendo que el Tabernáculo, descrito en detalle en Éxodo capítulo veinte y seis, fue construido como morada de la presencia divina en medio del pueblo. Ciertamente, fue ese el lenguaje utilizado por Moisés, pero no para hablar de reglas moralizadoras, sino para ocultar en sus palabras un mapa simbólico del cuerpo femenino. No es casualidad que su estructura se divida en tres espacios que corresponden, de forma precisa, a la anatomía del sexo sagrado:
El Atrio Exterior representa los labios exteriores de la vulva. Es el primer contacto con lo sagrado, el lugar de preparación, donde se lavaban los pecados y se ofrecían sacrificios. Es la antesala del misterio.
La entrada al Lugar Santo, protegida por un velo decorado con querubines, simboliza los labios interiores. Cruzarlo es penetrar el espacio de comunión, de ritual. El momento donde la intención ya no es externa, sino íntima.
El Lugar Santísimo, el Santo de los Santos, es el útero. El centro de poder, la matriz creadora, el lugar más reservado, al que solo el sumo sacerdote podía acceder una vez al año. Allí se encontraba el Arca del Pacto y el Propiciatorio, donde descendía la presencia divina. Es, en este simbolismo, el punto de fusión entre el espíritu y la carne, entre lo humano y lo eterno.
El Sacerdote
En esta metáfora ritual, el sacerdote representa el órgano masculino, no como instrumento vulgar de placer, sino como agente sagrado. No entra en el templo para imponer, sino para unirse. Su función es fecundar el misterio con devoción.
¿El Príncipe Lucifer es un enfermo sexual y por eso inventa todas estas cosas?
Podría pensarse; pero la Biblia no es el único libro que nos habla de estas cosas. En otras tradiciones místicas también se habla de la sexualidad sagrada:
China: En el Tao, al pene se le conoce como El Emperador, pero no por su poder sobre otros, sino por su capacidad de gobernar con sabiduría la energía vital. El Emperador no invade: entra en audiencia con la Emperatriz, la matriz sagrada, y juntos manifiestan el cielo en la tierra.
La India: En el tantra, la sexualidad no se reprime ni se condena, sino que se transforma en una herramienta de trascendencia espiritual. Los rituales tántricos, en ocasiones, incluyen prácticas sexuales simbólicas o reales que buscan canalizar la energía vital (kundalini) hacia un estado de conciencia superior. Textos como el Kāma Sūtra y el Tantra Sara no solo tratan del placer, sino también de la unión sagrada de lo masculino y lo femenino como reflejo del cosmos. Estas prácticas eran vistas como una forma de magia interna, donde el deseo se sublima en iluminación.
México: En la tradición sagrada del México prehispánico, la sexualidad no era un tabú sino una fuerza vital profundamente conectada con lo divino y lo mágico. Deidades como Tlazoltéotl, diosa de la lujuria y la purificación, eran invocadas en rituales donde el acto sexual servía como medio de limpieza espiritual y transformación interna. En códices como el Borgia y el Florentino, se encuentran representaciones simbólicas que muestran cómo la unión sexual era utilizada como herramienta ritual para invocar fertilidad, sanar culpas o canalizar energías cósmicas. Lejos de ser vista como pecado, la sexualidad sagrada formaba parte de un conocimiento reservado para ciertos sacerdotes, curanderos y hechiceros, quienes la empleaban como vehículo de conexión con las fuerzas del universo y como mecanismo de equilibrio entre el cuerpo, el espíritu y la naturaleza.
El Sexo Como Alianza
La unión sexual, entendida así, no es una caída, sino una ascensión. Es el acto donde lo masculino y lo femenino no solo se tocan, sino que se trascienden, y se convierten en una sola carne, una sola energía. Volviendo a la Biblia, el Tabernáculo nos enseña que la espiritualidad no está en negar el cuerpo, sino en comprenderlo como templo viviente.
El problema no es que la Biblia no hable de sexo. El problema es que las iglesias, en su afán por prostituirla y hacerla trabajar para sus propios fines, no nos hayan enseñado a leerla con ojos despiertos. La represión de los sentidos no es santidad: es ignorancia disfrazada de virtud. El sexo es rito, es alianza, es lenguaje entre dioses. Y quien entra en él con conciencia, se vuelve partícipe de lo divino.
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