Desde la editorial de La Voz de Satán, les presentamos la SEGUNDA ENTREGA escrita por la bruja Celestina, hija del Príncipe Lucifer. Aunque ella no se considera parte del sendero de la brujería, y el nombre con el que firma esta colaboración es un seudónimo, su cercanía a este mundo es inevitable. En esta historia, Celestina desea compartir su experiencia y nos recuerda con ternura y crudeza que hay fuerzas que, aunque invisibles, responden si se les llama. Es una advertencia desde el conocimiento de una hija que aprendió algo importante… y no precisamente en los libros.
La noche que reté al diablo

Autor: La Bruja Celestina
Antes que nada: No soy bruja. No me interesa serlo. Respeto lo que hace mi papá, pero no va conmigo. Aun así, he vivido tantas cosas que siento que tengo derecho a contar lo que sé. Agradezco al Príncipe Lucifer por permitirme hacerlo, aunque como editor, que no como papá, me hizo corregir mil veces el presente artículo hasta que quedara claro para ustedes.
Pues bien, dicho esto, lo que voy a contar hoy… fue una de las noches más intensas de mi vida.
Era el Veinte Veinteytres. Yo estaba en el cuarto de una de mis amigas del cole junto con dos compañeras más. Estábamos haciendo tarea, comiendo papitas con salsa Valentina y viendo videos, cuando salió el tema de mi papá. Mis amigas siempre han sentido curiosidad, y una de ellas dijo que si de verdad el diablo existe, entonces también podríamos enfrentarlo como en la iglesia, con oración y fe.
Yo, queriendo demostrarles que también tenía “poder”, dije: «Pues vamos a hacer guerra espiritual, ¿no? ¿A poco no?»
Y ahí me tienen, parada frente al espejo, con las manos arriba como había visto a algunos pastores en YouTube, diciendo fuerte: «¡Satanás! En el nombre de Jesús, te ordeno que te manifiestes. ¡Aquí no tienes poder!»
Las tres nos reímos nerviosas, como si fuera un juego… pero no lo fue. De repente, el aire cambió. Todo se sintió frío. No frío de clima, sino como cuando se rompe algo adentro del ambiente. Y entonces apareció un perrote. Negro. Grande. Silencioso. No sabemos de dónde salió. Estaba dentro de la habitación.
No ladraba. Solo gruñía y… nos miraba. Bueno, no sé si “miraba”, pero su presencia era tan pesada que sentí como si me aplastara el pecho. Me temblaban los labios. Quería gritar pero no me salía la voz. Mis amigas se abrazaban entre sí. Yo no me podía mover. Me sentía chiquita, congelada, como si el mundo se hubiera parado un segundo.
El perro no nos atacó. Solo estuvo ahí unos momentos… y luego se fue como vino. Cuando por fin me pude mover, corrí con mi papá. Le conté todo. Pensé que iba a decir que me lo imaginé o que se iba a reír. Pero no.
Sentí su enojo antes de que dijera una sola palabra. Era como una energía gruesa que salía de él. No gritó mucho, pero cada palabra suya pesaba como plomo. Su voz vibraba con algo que nunca le había sentido: miedo.
«¿Que hiciste qué?» Y en ese momento pensé que iba a pegarme porque se le veían las ganas, pero no. Siguió con su regaño y añadió: «El mundo espiritual siempre escucha y Tú eres hija de brujos. Si no te pasó nada, fue por probidad. Porque siempre hay probidad para los pendejos. Pero no lo vuelvas a hacer. ¡Nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca!»
El Príncipe es muy duro al hablar. No solo con ustedes, sino también conmigo; pero nunca lo había sentido tan enojado. Tan… triste. Fue como si por un momento yo me hubiera puesto en peligro y él lo hubiera sabido desde antes. Me dolió muchísimo. Me sentí culpable. Y, la verdad… Me dio miedo.
Esa noche cerró su reprensión advirtiéndome: «Hay cosas que no se llaman por juego. La fe no es una espada mágica que te defiende de todo, ni siquiera siendo brujo como Yo. Entiende que, aunque no seas bruja, perteneces a una casa donde las sombras tienen nombres y los nombres responden. No se te olvide.»
Y no, claro que no lo volvería a hacer jamás. No solo por miedo a los demonios. Sino porque aprendí algo más fuerte: Mi papá me ama, aunque a veces ese amor se parezca al trueno.
Comentario final a la colaboración
Desde los pasillos velados de La Voz de Satán, agradecemos una vez más a Celestina, hija del Príncipe Lucifer, por atreverse a contar lo que muchos callan y otros niegan. Su relato, La noche que reté al diablo, no es solo una crónica de lo oculto, sino una advertencia nacida del fuego íntimo, del miedo genuino y del amor más temido: el que protege sin suavidad.
Celestina no busca glorificar el sendero de la brujería ni sembrar terror gratuito. Habla desde un umbral extraño: donde se cruzan la incredulidad adolescente, la herencia espiritual, y una verdad que solo se revela cuando se toca la puerta equivocada. Su voz, cargada de irreverencia y verdad, nos recuerda que no todo lo invisible es inofensivo… y que no todos los juegos son juegos.
A los lectores que se atreven a leer entre líneas, les dejamos esta historia como un espejo turbio donde quizás puedan verse reflejados. A los incrédulos, les sugerimos cautela: no por temor a lo sobrenatural, sino por respeto al peso de las palabras.
Seguiremos escuchando lo que Celestina tenga que decir, si ella así lo quiere. Porque en sus palabras hay algo que va más allá de la fantasía: hay una hija que, sin querer ser bruja, ya conoce demasiado de las sombras.
La Redacción.