La Estrategia del Verdadero Brujo

En el vasto y a menudo malentendido mundo de las artes esotéricas, existe una verdad fundamental que pocos realmente comprenden: la verdadera fuerza reside en el silencio. Es una lección que he aprendido al observar a innumerables practicantes, algunos genuinos, otros meros charlatanes, y he llegado a una conclusión inquebrantable: quien alardea de su poder está condenado al fracaso.
He conocido a muchos santeros, paleros, y otros que se autodenominan «brujos» o «brujas». Algunos, quizás, posean un don genuino; otros, me atrevo a decir, solo proyectan una imagen. Lo que sí sé es que una característica común entre muchos de estos personajes, especialmente aquellos que buscan la atención pública, es su inclinación a la amenaza abierta. A soltar la lengua antes de tiempo.
- Dice el santero: «Te voy a mandar a mi muerto»: Muy bien, aquí me siento a esperarlo, ¡idiota!
- Dice la comadre: «Te voy a mandar hacer un trabajo para que te vaya mal»: Perfecto, aquí me espero sin hacer nada para defenderme, ¡ingenua!
- Dice el charlatán: «Conmigo no se juega porque te arruino la vida»: Claro, y sabiendo tu intención, pues aquí me espero para que me hagas daño, ¡grandísimo imbécil!
¿Ves por qué abrir la boca es una soberana pendejada? Frases como estas son pan de cada día en el vocabulario de aquellos que buscan intimidar. Las pronuncian en voz alta, a veces frente a testigos, con la intención de sembrar miedo y demostrar un poder que, en mi opinión, es puramente imaginario.
¿Pero qué logra realmente una amenaza pública? Más allá de generar una incomodidad momentánea, o en los débiles un escalofrío inicial, lo único que se consigue es alertar al oponente. Es como un soldado que anuncia a gritos su estrategia de batalla antes de la contienda. Le da a su adversario la oportunidad de prepararse, de buscar defensas, o incluso de devolver el golpe.
En el reino de lo esotérico, donde las energías y las intenciones son el verdadero campo de juego, la discreción es oro. Una persona que constantemente advierte de sus supuestos poderes está, de hecho, revelando su mayor debilidad: la necesidad de validación externa. Necesita que el otro sepa lo que «va a hacer» porque, quizás, la acción por sí sola no tiene la fuerza que alardea.
Si hay una lección que desde muy chavo extraje de mi experiencia, es que la estrategia del verdadero brujo es el silencio. No hay alardes, no hay amenazas, no hay advertencias. Cuando se busca influir, transformar o incluso «atacar» (si es que esa es la intención), se hace desde las sombras, sin ruido, sin exhibiciones.
Imagina un cazador experto. ¿Acaso grita a su presa antes de tender la trampa? Un buen cazador se mueve sigilosamente, observa, espera el momento oportuno y actúa con precisión y discreción. Lo mismo ocurre en el mundo de las energías. La eficacia de una acción esotérica a menudo radica en su naturaleza oculta, en el hecho de que el «objetivo» no está advertido y, por lo tanto, no puede erigir sus defensas conscientes.
El silencio no solo protege la acción del brujo, sino que también magnifica su impacto. Lo que se hace sin testigos, sin fanfarrias, sin la necesidad de ser reconocido, tiene una resonancia más profunda. Es una manifestación de confianza en el propio poder, una señal de que no se necesita la aprobación o el miedo ajeno para operar.
Así que la próxima vez que escuches a alguien alardear de sus habilidades esotéricas y amenazar públicamente, recuerda esta verdad: Perro que ladra, no muerde. El verdadero poder, el que realmente puede mover hilos y transformar realidades, opera en el susurro del viento, en la oscuridad de la noche, y sobre todo, en el impenetrable silencio.
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