Brujos, farsantes e intelectuales: una charla con papá

Por: La Bruja Celestina
Estos días de vacaciones han sido un respiro muy necesario. Lejos de las clases, de los horarios y de los libros, he podido sentarme a platicar con mi papá de una forma más relajada. Últimamente, he estado pensando mucho en cómo la gente ve ciertas cosas, y me preguntaba si a ustedes también les pasa. ¿Alguna vez han sentido un poco de temor al pensar qué dirán los demás si saben que les interesa o les gusta la brujería?
A mí sí. Y es que, aunque he crecido en un entorno donde la espiritualidad y la fe son importantes, es difícil no sentir un poco de nerviosismo cuando veo el contraste entre lo que yo vivo y lo que veo en el mundo exterior. Por eso, en una de esas tardes tranquilas, mientras platicaba con mi papá, de repente me surgió una pregunta que me ha estado dando vueltas en la cabeza. No sé por qué, pero me sentí en confianza para preguntarle lo que pensaba de algo que, para Él, es tan normal, pero que para otros no lo es.
Le dije: “Papá, he visto que mucha gente en internet, en las redes y hasta en las noticias, se burla de los brujos. Los llaman estafadores y farsantes, y dicen que todo es un fraude para quitarle el dinero a la gente. A mí me preocupa un poco todo esto, porque no sé cómo defenderte. ¿Tú qué piensas?”
Papá se quedó pensativo un momento, con esa calma que tiene siempre, como si ya hubiera escuchado lo mismo mil veces. Luego, con su tono de voz sereno pero firme, me dijo algo que me desarmó por completo:
“No me defiendas. Yo no voy a discutir con intelectuales que están atrapados en fórmulas sobre algo que ellos no han descubierto, y yo sí.”
Su respuesta me dejó pensando. Mientras yo me preocupaba por el qué dirán, por los comentarios de las personas y por cómo defender lo que mi padre es, él simplemente lo desestimaba. Era como si esa opinión no tuviera ninguna validez. Y supongo que, en su mundo, no la tiene.
Crecí viendo a mi papá trabajar cuando Él iba a la Ciudad de México. Veía cómo las personas venían a él buscando ayuda, a veces desesperadas, y cómo él las recibía con la misma seriedad y respeto que yo he visto en los rituales de la iglesia, aunque de una forma diferente. He visto de primera mano cómo sus conocimientos ayudan a la gente a resolver sus problemas, a sanarse o a encontrar paz. Y, créanme, he intentado buscar el «truco» de lo que hace. Lo he visto tantas veces que me he llegado a preguntar si hay algo que no veo, una fórmula oculta, alguna trampa de la que se vale o un atajo. Pero no, no hay nada. Acabo arrepintiéndome de mis propios pensamientos al darme cuenta de que es solo él, su conocimiento y su fe, haciendo lo que tiene que hacer.
En cuanto a su respuesta, seca y tajante, a veces me frustra un poco esa aparente arrogancia suya, porque habla como si tuviera tal autoridad que nadie puede cuestionarlo; como si lo supiera todo; como si no hubiera más que simplemente lo que Él dice. Pero luego me doy cuenta de que en realidad no es arrogancia. Es la certeza absoluta de alguien que sabe que está en lo correcto. Mientras yo, como hija, me debato entre la necesidad de defenderlo y el temor al rechazo, él simplemente vive su verdad. Él no necesita la aprobación de nadie, porque la prueba de su trabajo está en el resultado.
Y supongo que aprendí algo muy valioso de nuestra conversación: que la fe, sea cual sea, es un camino personal. La fe de mi padre no es algo que se pueda cuestionar con simple escepticismo, y no vale la pena gastar energía intentando que otros lo entiendan. Para él es una verdad. Y eso, al final del día, es lo único que realmente le importa.
