Yo apoyo proyectos, no los construyo: La valiosa lección de la Santa Muerte
Lo que hoy quiero contarles para empezar la semana, no es una historia de terror ni de magia oscura. Es, en esencia, una lección de vida. Aquellos que hemos buscado la guía de la Santa Muerte no lo hacemos por morbo o por desesperación sin causa. La buscamos porque es la última y más honesta verdad que todos enfrentaremos. Y precisamente por ser la verdad más cruda, también es la más clara y directa.
Al principio, cuando comencé a escuchar las voces de los espíritus allá por mis años veintes , sentía la necesidad de que me dijeran qué hacer. En mi inexperiencia, fui a Ella, a la Santa Muerte, con un problema en la mano y la mente en blanco, esperando que me dictara cada paso. Le conté mi situación con el anhelo de que me diera un plan, una receta infalible para resolver mi vida.
La respuesta que recibí fue tan tajante y seca como la que yo mismo, con el tiempo, he aprendido a dar a mis propios discípulos:
«Yo apoyo proyectos, no los construyo. Eso te corresponde solo a ti, de modo que no vengas a preguntarme qué hacer con tu vida; ven a comunicarme en qué quieres que te apoye. Tráeme el proyecto ya hecho.»
En ese momento, la respuesta me pareció dura, casi cruel. Me sentí desamparado, como si me hubieran abandonado en el momento que más ayuda necesitaba, e hice un berrinche parecido al que me hacen algunos nuevos discípulos. Pero con el tiempo, esa frase se convirtió en la base de mi crecimiento personal y espiritual.
Esa respuesta de la Santa Muerte me quitó de encima el peso de la pasividad y me lo puso en las manos. Me hizo entender que la fe no es un cheque en blanco que entregamos a una deidad para que resuelva nuestros problemas mientras nosotros nos quedamos de brazos cruzados. La fe es una herramienta, un cimiento, pero la construcción es nuestra.
Ella no me dijo «no puedo ayudarte», sino «no haré tu parte». En su visión, la responsabilidad es personal e intransferible. Los milagros no nacen de la nada; son el resultado de la acción humana, respaldada por la energía.
A partir de ese día, mi relación con Ella cambió. Dejé de ser un mendigo de favores para convertirme en un colaborador. Cada vez que me acerco a su altar, ya no voy con las manos vacías y la mente en blanco. Llego con un plan, un proyecto. Le cuento lo que quiero lograr, los pasos que he pensado dar y los riesgos que he calculado. Le muestro mi trabajo, mi esfuerzo, y entonces, y solo entonces, le pido su apoyo.
Y es ahí, en ese punto de la ecuación, donde reside la verdadera magia. No le pongo el «cómo», y solo le digo lo que he decidido que quiero. Ella se encarga de lo que yo no puedo. Ella despeja los caminos, me protege de la envidia y la traición, abre puertas que parecían cerradas, y a veces, simplemente me da la fortaleza para seguir adelante cuando el cansancio me abruma.
El punto es que la próxima vez que te encuentres en una encrucijada, no te quedes esperando a que un ser superior te dé las respuestas. Primero, sé el arquitecto de tu vida. Diseña tu proyecto, traza tus metas y comienza a trabajar en ellas. Luego, acércate al ente, sea el que sea, y dile sin poner el cómo: «Este es mi proyecto. ¡Apóyame!»
Te aseguro que la respuesta será mucho más gratificante que cualquier otra cosa que te pudieran dictar. Porque al final del día, tu vida es tu obra de arte, y tú eres el único artista que puede darle forma.
