La profecía de las dos tumbas y Mi venganza personal

La brujería también tiene riesgos, y sentirse el mejor de todos, para nada ayuda. Antes bien, te deja desprotegido porque cuando te sientes tan seguro, entonces bajas la guardia. Lo que hoy voy a contarte es un testimonio personal sobre el tema de la venganza, porque quiero que entiendas que aunque la valido, no dejo de considerar que tiene sus peligros. Espero tomes muy en cuenta esta información antes de enfrascarte en una guerra mágica.
La lluvia azotaba sin piedad, mientras los truenos resonaban como admoniciones antiguas. Estábamos en familia celebrando un cumpleaños: risas, murmullos, velas temblorosas y ese olor dulce del pastel que flotaba en el aire.
Entonces, lo sentí: una tensión casi risible al principio, y luego más… real. Mi labio inferior empezó a caer lentamente hacia el lado izquierdo. Una gota de espuma cayó al piso: uno, dos… la asimetría se volvió visible. Al hablar, mis palabras se torcían, y cada mordisco se convertía en un esfuerzo grotesco, fragmentado. Mis seres queridos lo vieron: sus miradas cambiaron. El horror de lo inesperado se apoderó de todos.
La tormenta no dejó tregua. Nos lanzamos hacia el médico en aquel caos de viento y lluvia. Los truenos parecían acompañar mis latidos acelerados, amenazando con romper el mundo. El diagnóstico fue frío: parálisis facial. Medicación y reposo: en pocos días, la normalidad volvió. Pero para mí, ya nada sería igual.
Dentro de mí, una certeza creció con la fuerza del acero: alguien lo había provocado, con intención clara. Un miembro de la religión Yoruba, con quien había entablado antiguas tensiones, había lanzado un conjuro contra mí esa noche. Pero falló. Su “tiro” fue torpe, apenas superficial. El daño fue menor, reversible… suficiente para herirme, nunca para destruirme. Fue su error —su torpeza— lo que me dio la oportunidad.
Ese proverbio atribuido a Confucio retumbó en mi cabeza: “Antes de embarcarte en el camino de la venganza, cava dos tumbas.” Lo dicen como advertencia, como recordatorio de que la venganza puede destruirte a ti también. Sabía que arriesgaría todo… pero soy brujo, y en nuestro oficio esa clase de decisiones se toman con sangre fría.
Aquella noche, marqué mi línea. Reuní los elementos secretos: hierbas, símbolos, gemas, palabras que ardían en mi lengua. Lo enfrenté con mi boca torcida, pronunciando conjuros entrecortados, casi ininteligibles. Mi labio caído hacía que mis palabras sonaran distorsionadas, como si un coro oscuro entrenara en mi garganta.
Quizá mis conjuros no fueron claros. El idioma se torció, la sintaxis se resquebrajó. Pero mi intención… Mi intención fue cristalina, tan fría y firme como la piedra. Los siguientes días llegaron con noticias heladas: el padre de aquel hombre había muerto. Su viaje terminó. El error del Yoruba —su intento fallido— fue la chispa que dirigí con precisión. La venganza no fue casualidad, fue cierre.
Cavé mis dos tumbas. La primera fue la del receptor del daño—el padre que pagó la cuenta. La segunda… Quizás fue la mía. Porque bien lo advertía el proverbio, quien cava una tumba cava dos. Yo abrí la primera con satisfacción; la segunda, con la aceptación de mi destino, si el Yoruba decide vengarse y mis protecciones llegan a fallar. Y eso… Eso sin contar con otras que también debo.
Pero volviendo al tema: No sentí remordimiento. No hay redención en lo que hice. La venganza no fue un error, fue justicia desde mi lugar. En esa boca torcida, en mis palabras distorsionadas, latía la certeza de lo correcto. La asimetría de mi rostro reflejaba el equilibrio que restablecí.
La hora aún retumba en mis oídos: la tormenta, el rostro caído, la oscuridad rota por conjuros, y la muerte silenciosa de un hombre que jamás imaginó mi respuesta. No lo lamento. No me arrepiento. Soy lo que la venganza forjó. Y esa noche, bajo relámpagos y palabras torcidas, supe que en el oficio del brujo, aprovechar el error del otro puede ser la diferencia entre la muerte y la revancha.
