Mi papá, el más normal
Por: La Bruja Celestina
Todo comienza cuando la gente, por alguna razón, se entera de que mi padre es el Príncipe Lucifer. En ese momento, la persona se transforma. Sus ojos se abren con asombro, y empiezan a hablar de él como si fuera una figura de leyenda: el gran brujo, el maestro, el ser inalcanzable. Lo imaginan en un lugar misterioso, lejos de todo, siempre hablando a la humanidad desde la lejanía.
Y es que yo sé que esa es la imagen que el mundo tiene de él, y la entiendo. Su voz es poderosa, y la sabiduría que comparte en su podcast resuena en todo el mundo de habla hispana. Él es un faro para muchísimas personas. Pero para mí… ¡es mi papá! Y yo tengo otras postales completamente distintas y mucho más tiernas.
Pero les cuento: La razón por la que puede mantener esa aura de misterio e inaccesibilidad es simple: él es, ante todo, un locutor. Su conexión con el público siempre ha sido a través del sonido. Si no lo sabían, aquí les va una exclusiva: Mi padre ha trabajado en emisoras muy importantes, de esas que marcan la historia, como Radio Red, Radio Universidad de Guadalajara y el Sistema Jalisciense de Radio y Televisión.
De hecho, en esta última, cuentan que participó en una radionovela sobre el nacimiento de Jesús. ¿Y adivinen qué personaje le tocó interpretar? ¡Sí, el mismísimo diablo! En ese entonces Él tenía a penas veinte años y ya era conocido en todo el Estado de Jalisco. Fue tanta la conexión que hizo con la audiencia desde el primer día, que sus compañeros le apodaron «el chico maravilla». Con ese historial, no sorprende que su voz sea tan imponente.
Pero la clave para que Él se mueva por el mundo con tanta libertad es esta: nunca ha tenido programas de televisión. Él no necesita el foco de la cámara; prefiere el micrófono de su podcast. Así, la gente lo escucha y lo conoce profundamente por su voz y sus enseñanzas, pero no por su cara. Puede estar comprando su bebida favorita en una tiendita de conveniencia, mientras alguien en Madrid o Buenos Aires le escucha y se nutre de su conocimiento esotérico.
Prácticamente, solo hay dos grupos de personas que sí lo ven. El primer grupo son quienes tienen una cita y acuden a una consulta con él. Lo ven en su espacio de trabajo, con la seriedad que requiere la ocasión. El segundo grupo es el que de verdad me causa más gracia: ¡sus clientes como abogado! Como buen profesional que es, él atiende casos, se sienta en mesas de negociación y va a tribunales. Pero la belleza del asunto es que esos clientes no tienen la más mínima idea de su otra faceta. Para ellos, es simplemente el licenciado, el hombre de leyes. Y si en algún momento se enteraran del «Príncipe Lucifer», seguro pensarían que es otra persona. ¡Dos vidas en una!
Mientras el mundo lo imagina en algún lugar exótico, yo lo imagino en los shorts y la camiseta más cómoda que tiene, saliendo con su esposa a comprar el pan en la panadería de la colonia. O caminando despacio, disfrutando del aire de la tarde, al borde de la laguna que está justo detrás de su casa. De hecho, creo que lo que más les sorprendería a sus oyentes internacionales sería oír a la señora de la tienda o al vecino que saca al perro decir: «¡Buenos días, Don Omar!»
Sí. Don Omar o «licenciado». Eso es para sus vecinos. Confieso que muchísimas veces he estado tentada a sentarme y escribir esta historia desde mi propia perspectiva. Tengo tantas anécdotas que sé que a la gente le encantarían. Pero luego desisto. Pienso en todas esas pequeñas cosas que son solo mías, o de nosotros, y no sé si revelar la intimidad del hombre detrás de la leyenda vaya a molestarle. Mi papá valora mucho su privacidad y esa libertad de ser «Don Omar». Así que por ahora, esta postal sencilla y tierna, de mi padre en shorts y camiseta comprando el pan, sigue siendo mi secreto mejor guardado.
Esa es la magia de ser su hija. Es el gran maestro para el mundo, pero mi vecino más común. Es un secreto que me da muchísima ternura, y que atesoro con mucho cariño.
