Esta historia, explícita y muy descriptiva, nos la envía Andrea y Yo la publico con su autorización. Espero la disfruten.
“Mi nombre es Andrea y escribo esta historia con miedo y vergüenza. Lo que voy a contarles es absolutamente real. De hecho, estoy suscrita al podcast del Maestro llamado La Voz de Satán y si traigo mi historia, es para solicitarle ayuda. Desde ya, doy permiso al maestro para que la cuente o la lea, y también para que la publique. Solo pongo por condición que lo haga tal cuál la escribo y sin omitir mi nombre. Pero bueno, déjenme comenzar a contarles.”
Conjuro Para Andrea: Entregada al Diablo Por Venganza
Hace como año y medio, comencé a andar con el hijo de un hombre muy rico y poderoso en la ciudad de Toluca, estado de México. Yo era feliz, y por un tiempo todo fue de maravilla. Salíamos a muchos lugares, visitábamos antros y por qué no decirlo, hasta nos metíamos en algunos moteles para hacer gala de nuestro amor. Bueno, al menos Yo creía que era amor. Si continúan leyéndome sabrán por qué digo esto. Pero sigamos.
Una noche, después de un buen faje, me dijo: “Mi padre quiere que me encargue de algunos de sus negocios en la ciudad de México y voy a tener que ausentarme por unas semanas”. Eso no se me hizo para nada extraño porque, como dije, era hijo de un señor muy acaudalado y pensé que quizás, por ser su hijo, le estaba encargando algunas cosas para irle entrenando sobre cómo administrar sus negocios. Pero al paso de las semanas, me enteré por boca de una amiga que iba a casarse. No lo podía creer. Pero mi amiga me dijo: “Vete a la iglesia del Carmen. Ahí se están corriendo las amonestaciones”. Todavía sin creerlo, pero ya algo inquieta, me fui para esa iglesia que está en la calle Degollado número cien, solo para darme cuenta de que, efectivamente, el desgraciado de Alejandro, que así se llama el hombre, me estaba viendo la cara e iba a casarse con otra.
Luego que me enteré de todos los pormenores, regresé a mi casa sintiéndome fatal. Me quería morir. Entré a mi casa y sin cerrar la puerta, y sin importar quién me viera, solo atiné a tirarme en un sillón a llorar mi rabia. Me sentí utilizada, humillada y burlada; pero, además, era difícil imaginar a Alejandro, mi Alejandro, cogiendo con otra tal como lo hacía conmigo. Era un tormento imaginarlo haciendo todas esas cosas que Él y Yo habíamos hecho tantas veces en los moteles y hasta en esta misma casa. Quería vengarme y comencé a pensar en el cómo. ¿Presentarme en la ceremonia e impedir la boda? Me echarían a patadas y mi humillación sería peor. ¿Matarlo? Siempre he creído que la muerte es un regalo para nuestros enemigos. ¿Qué haría?
Fue entonces que entró Doña Juanita; una mujer muy conocida por realizar amarres y todo tipo de hechizos. Pero tan metida en mi asunto estaba, que no me di cuenta de ello hasta que me dijo: “¿Con que se casa tu amante?”
Reaccioné asustada. Primero porque no la había visto entrar y no esperaba que me hablara, pero también porque, sin contárselo, Ella sabía lo que me pasaba. La miré con ojos desorbitados. La vieja solo se rió con una carcajada macabra. “Muchacha, si Tú lo quieres, el cabrón pagará con intereses todo lo que te ha hecho. Solo tienes que aceptar mi oferta. Ya me pagarás luego. Ahora dime: ¿Qué te gustaría que le ocurriera?”
No supe qué decir. La brujería era un arma en la que no había pensado, pero que ahora me ofrecía la oportunidad de vengarme y además, sin que nadie supiera quién había sido. Si lograba hacerle daño, nadie podría culparme y si no, nadie podría humillarme. Mientras pensaba en todo esto, Doña Juanita me miraba de una forma extraña. En aquel momento no pensé en el por qué de aquella oferta suya. De haberlo hecho, tal vez no habría aceptado lo que me proponía.
“Te espero mañana”. Me dijo mientras caminaba hacia la puerta. “Verás que muy pronto, ese hombre volverá a pedirte perdón de rodillas”.
Esa noche no pude dormir. Muchas cosas pasaban por mi cabeza y es que, aunque Yo quería vengarme, tal vez no era esa la forma de hacerlo; sin embargo, lo que sucedió a la mañana siguiente me hizo tomar la decisión.
Apenas había desayunado sin ganas, cuando escuché que tocaban a la puerta. Era Alejandro que, cínicamente, se presentaba para decirme que sabía que Yo había ido a la iglesia a preguntar sobre su próximo matrimonio y venía a darme una explicación. Entre todos mis insultos, Él logró decir que su padre iba a casarlo con esa mujer porque Ella estaba embarazada. Después que lo dijo, Él mismo reflexionó sobre sus palabras. ¡Había estado con ambas! Me había sido infiel desde Dios sabe cuándo. “Eres un hijo de puta. Pero haz de pagármela muy pronto”. Le dije mientras sentía más rabia todavía y, sin pensarlo más, lo eché a patadas de mi casa, pero no de mi vida. No todavía. Tenía que vengarme. Tenía que cobrarle aquella afrenta y si tenía que ser con brujería por ser la única opción, entonces así sería. Un extraño sentimiento me invadió. Me sentí llena de poder y resuelta a hacerlo todo por cobrar el insulto. Si en ese momento se me hubiera aparecido el diablo pidiendo mi alma a cambio de mi venganza, créanme que habría aceptado con gusto; pero no fue así. Lo que sucedió fue peor que eso.
Todavía respirando venganza, me fui con Doña Juanita para que me ayudara. Aceptaría su oferta, porque cuando a una la insultan así no hay mucho que pensar. Bueno, en realidad sí. Siempre que alguien vaya a involucrarse en la brujería tiene que pensar en el precio a pagar, pero en ese momento a mí me importaba una chingada. Quería vengarme. Quería ver a ese pendejo suplicando mi perdón y sabía que Doña Juanita podía hacerlo porque tenía fama de ser una bruja muy buena. Pronto, más pronto de lo que Yo imaginaba, me daría cuenta de que sí.
Entramos a una habitación iluminada por velas parpadeantes y paredes cubiertas de estantes llenos de frascos y libros viejos. En el centro, un altar con la imagen que a continuación voy a describir por si sirviera de algo: Tenía la cabeza de cabra, con grandes cuernos que se curvaban hacia arriba y hacia afuera. Entre los cuernos, tenía una antorcha encendida y en su frente había inscrito un símbolo que parecía una estrella. Su cuerpo era una especie de humano con un torso musculoso, pero no supe si era la figura de un hombre, una mujer o un animal, porque tenía características diversas y tenía pechos de mujer. Sus brazos estaban levantados, pero creo recordar que la mano derecha apuntaba hacia arriba mientras que la mano izquierda apuntaba hacia abajo. También recuerdo que tenía alas. La figura estaba sentada sobre una esfera y sus piernas y pies eran de chivo.
No vi más, porque Doña Juanita me ordenó con voz autoritaria que me desnudara por completo. Así lo hice. Después, me ordenó que me arrodillara frente a esa horrible figura que acabo de describir y me dijo: “Ahora piensa en aquellos momentos que viviste con tu amante. Hablo de aquellos momentos en la cama”. Aclaró. Pero no tenía que ordenármelo. Increíblemente, en cuanto quedé encuerada comencé a revivir todos aquellos momentos en los que Alejandro, lleno de pasión, me ponía en cuatro patas y se montaba sobre mí, tomándome el pelo con las dos manos como si fueran las riendas y Yo un caballo, cosa que me excitaba que hiciera mientras Yo gritaba como una loca poseída.
Lo último que recuerdo es que Doña Juanita tomó un frasco del que parecía salir una luz y lo acercó a la figura mientras murmuraba como para sí palabras en un idioma extraño que no pude entender. Luego me dijo: “Tócate muchacha. Vuelve a sentir la lujuria y la pasión que viviste con Él. Tócate hasta llegar”.
Así lo hice, y mientras recordaba cómo Yo me montaba en Alejandro y me movía como una licuadora mientras Él me palmeaba las nalgas con fuerza, tanta fue mi excitación que en un momento no supe de mí. Seguí soñando, pero ese sueño parecía tan real, que en cierto momento pensé que en verdad Alejandro estaba conmigo. Era un sueño erótico en el que, ya en el baño, ya en la sala o en algún motel, Él me elevaba con sus brazos para luego empotrarme contra la pared y penetrarme con fuerza mientras Yo ponía mis piernas sobre sus hombros. En ese sueño, que ahora sé que no lo fue en realidad, Alejandro me cogía con violencia. Me pegaba, me ultrajaba y me azotaba; pero eso me excitaba más todavía y no me importaba. Todo era tan placentero como nunca había sentido jamás. Luego, al parecer me desmayé y al despertar, todo había acabado. Las velas estaban ya apagadas y el cuarto aquel estaba en penumbras. Doña Juanita me dijo: “Vete a tu casa muchacha. Muy pronto sabrás noticias de tu amado, porque quedará impotente para estar con cualquier mujer que no seas Tú; pero, además, volverá a desearte como un loco”.
Me levanté para vestirme, pero al hacerlo, noté que mi cuerpo estaba maltratado justo en las partes donde en el sueño había recibido los golpes de Alejandro. Sin embargo, estaba tan cansada y molida, que no pregunté nada. Me fui a mi casa.
Los siguientes días fueron horribles. No podía levantarme, me dolía todo y por si fuera poco, nada supe de aquel maldito de Alejandro. Tardé mucho para recuperarme de aquello que parecía una paliza y cuando finalmente pude levantarme, fui a buscar a Doña Juanita para preguntarle cuánto tiempo más tendría que pasar para que el trabajito hiciera efecto. La vieja me salió con que tuviera paciencia, pero para esto ya habían pasado tres o cuatro semanas y nada; así que decidí olvidarme de todo eso. Total, Alejandro ya me había engañado y seguramente para esas fechas ya estaría casado. Decidí dedicarme a relamer mis heridas hasta que sanaran, aunque no sabía cuánto tiempo pasaría para eso.
Con el tiempo comencé a retomar mi vida social con mis amigas, las que había dejado por mi relación con Alejandro. Íbamos a bares, discotecas y restaurantes, y en una de esas, conocí a Pedro. Era un muchacho humilde y bastante encantador, aunque debo decir que muy poco agraciado. Sin embargo, algo tenía en su ser que atraía fuertemente mi atención y con el tiempo, también mi deseo. Pasó un año.
Hace seis meses, Pedro me pidió que nos casáramos y puesto que ahora estoy muy enamorada de Él, le dije que sí. Pero fue ahí cuando comenzó mi tormento. No sé cómo, pero Alejandro, del que ya no sabía nada, se enteró de mi próximo casamiento y una tarde se apareció de nuevo por mi casa. Demacrado, flaco y muy distinto al que Yo conocí, estaba ahí para pedirme perdón y advertirme, según Él, que el hombre que había elegido como esposo no me haría feliz. Lloraba y suplicaba que no me casara, y me decía que, desde su matrimonio, no había podido estar con su esposa porque era impotente; que los negocios habían ido muy mal desde que su padre murió y que ahora entendía el mal que me había hecho. Me di el lujo de humillarlo, correrlo, patearlo y hasta escupirlo, porque así era como quería verlo. Lo hice sentir como la basura que es hasta que me cansé, y luego lo eché de mi casa amenazándole con que llamaría a la policía si volvía.
Aquella noche me acosté contenta. Y es que, como dice la canción: Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede. Pero luego recordé que no había sido Dios. En todo caso, fue aquella efigie extraña y tenebrosa que ví en la casa de la bruja. ¡Como fuera! Mi deseo estaba cumplido. Estaba tan contenta, que decidí que a la siguiente mañana iría a ver a Doña Juanita para darle algún dinero y uno que otro regalito por sus favores.
Me quedé dormida casi al instante y comencé a soñar. En mi sueño, que por cierto parecía tan real, Alejandro entraba a mi casa y me decía: “Muy bien, esposa mía, ya tienes lo que querías y ahora vengo por lo que me corresponde”.
Me tomaba violentamente, tanto que más que un encuentro sexual entre dos que se aman, parecía una violación de lo más grotesca. Luego, justo en medio del acto, Alejandro se transformaba en aquella cosa que vi en el cuarto de Doña Juanita. A la mañana siguiente, al despertar, encontré que mi ropa estaba realmente desgarrada y mi cuerpo muy lastimado. Fui a ver a Doña Juanita para que me diera una explicación, pero lo único que dijo fue: “Muchacha, ya obtuviste lo que querías. Es tiempo de pagar el precio”. Y luego añadió: “Todo lo que tocas, te toca”.
Falta poco para casarme y estos sueños siguen sucediendo. He comentado esta situación con algunas personas y me dicen que seguramente la vieja me entregó al diablo. No sé qué hacer. Espero que usted pueda ayudarme maestro.
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