El Grito de una Diosa: Cuando La Llorona Era Cihuacóatl y la Conquista Cambió su Lamento 

Cihuacoatl

Seguro has escuchado la historia de La Llorona: una mujer vestida de blanco que vaga por las noches, cerca del agua, lamentando la pérdida de sus hijos con un escalofriante «¡Ay, mis hijos!». Es una de las leyendas más famosas de México y América Latina, contada de generación en generación para asustar y, a veces, para mantener a los niños en casa. Pero, ¿sabías que su origen es mucho más antiguo y profundo de lo que crees? Para entender a La Llorona, tenemos que viajar al pasado, a los días previos a la llegada de los españoles, cuando no era un fantasma, ¡sino una diosa mexica!

En el corazón del imperio azteca, la poderosa ciudad de Tenochtitlan (hoy la Ciudad de México) se alzaba majestuosa sobre un lago. Sus habitantes, los mexicas, tenían una compleja red de dioses y creencias. Entre ellos estaba Cihuacóatl (que significa «Mujer Serpiente»), una deidad fundamental.

Cihuacóatl no era una diosa cualquiera. Era como la madre primordial de los mexicas, la patrona de las mujeres que morían en el parto (consideradas guerreras), la que guiaba a las parteras y la que, a veces, aparecía en la tierra para anunciar eventos importantes. Era una figura dual: protectora y feroz, creadora y a veces asociada con los malos augurios.

Por aquellos tiempos, Moctezuma Xocoyotzin, el emperador mexica, vivía atormentado por presagios y señales extrañas que anunciaban grandes cambios y, para él, la ruina de su imperio. Una de las señales más aterradoras que atemorizaba a toda Tenochtitlan era el lamento desgarrador de una mujer que se escuchaba por las noches.

Las crónicas de la época, tanto las de los españoles como las que recabaron los frailes de boca de los mismos indígenas, cuentan que esta mujer era Cihuacóatl. Ella no lloraba por hijos perdidos por descuido o asesinato, sino que su lamento era una profecía de dolor y destrucción para todo su pueblo. Gritaba cosas como: «¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!» o «¡Hijitos míos! ¿Adónde os llevaré?». Era el grito de una madre-diosa que veía venir la masacre, la esclavitud y el fin de su civilización.

Este lamento no era un cuento de terror, era una advertencia divina. Para los mexicas, Cihuacóatl estaba llorando por ellos, sus «hijos», ante la inminente llegada de los invasores que cambiarían todo para siempre. Era el presagio más emotivo y aterrador de la Conquista.

Cuando los españoles llegaron y conquistaron Tenochtitlan, no solo derrotaron militarmente a los mexicas, sino que también iniciaron una conquista espiritual. La Iglesia Católica, en su afán por convertir a los indígenas al cristianismo, buscó eliminar o transformar las antiguas creencias paganas.

Aquí es donde Cihuacóatl y su lamento sufrieron una poderosa metamorfosis. Los frailes y evangelizadores vieron en el lamento de la diosa una oportunidad para reinterpretar la leyenda y adaptarla a los valores católicos de la época. ¿Cómo lo hicieron?

UNO. Le cambiaron el estatus: La poderosa diosa Cihuacóatl fue «rebajada» de su estatus divino. Ya no era una deidad que anunciaba el fin de una civilización, sino el espíritu de una mujer mortal que había cometido un pecado terrible: el infanticidio. Esto se alineaba con la moral cristiana que condenaba tales actos.

DOS. Dieron otro sentido a sus lamentos: El lamento profético de la diosa por su pueblo se convirtió en el grito de arrepentimiento y tormento eterno de una madre que había matado a sus propios hijos. La Llorona pasó a ser un alma en pena, condenada a vagar por su pecado. Este cambio moral era clave para el mensaje católico: el pecado trae consigo el castigo y el tormento eterno.

TRES. Le dieron un contexto más colonial y afín a sus propósitos: La leyenda se adaptó para reflejar las nuevas realidades. Una versión muy popular de La Llorona habla de una mujer indígena que tuvo hijos con un español, y al ser abandonada o sentir vergüenza, los mató para luego arrepentirse. Esta versión no solo servía como una advertencia moral, sino que también reflejaba las tensiones raciales y sociales de la época colonial.

CUATRO. Así la convirtieron en una advertencia para todos: La Llorona se volvió un fantasma universal. Ya no solo lamentaba el destino de los mexicas, sino que su lamento se usaba para asustar a niños desobedientes («Si no te portas bien, ¡viene La Llorona por ti!») o para recordar a las mujeres su papel y las consecuencias de desviarse de la moral establecida.

Aunque la historia de La Llorona que conocemos hoy es la que fue moldeada por la Colonia y la Iglesia Católica, el eco de Cihuacóatl nunca desapareció del todo. El profundo dolor de su lamento original por un pueblo perdido sigue resonando en las versiones modernas.

Cuando escuchamos «¡Ay, mis hijos!», podemos recordar el llanto de una diosa que predijo la caída de un imperio, y cómo ese grito se transformó para seguir advirtiendo y asustando a través de los siglos. La Llorona es un testimonio vivo de la fusión de culturas, un recordatorio de cómo las creencias antiguas pueden sobrevivir y transformarse, adaptándose a nuevos tiempos y propósitos. Es una de las leyendas más poderosas de nuestra cultura, un lamento que nos conecta directamente con el corazón de nuestros ancestros y la tragedia de la Conquista.

¿Te habías imaginado que La Llorona tenía una historia tan antigua y profunda?

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