El hombre llamado Jesús: Un análisis de su realidad terrenal

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Cuando un religioso venga a quererte convencer de que «Jesús es Dios» y «quiere salvarte», por favor, enséñale este artículo y luego mira su reacción.

Y es que a lo largo de los siglos se nos ha contado respecto a Él una historia de un ser que caminó entre nosotros, un hombre y a la vez un dios. Pero si dejamos de lado la fe ciega y nos acercamos a los textos con una mente clara y escéptica, encontramos algo muy diferente. Los evangelios, lejos de narrar la historia de una deidad, revelan la existencia de un ser de carne y hueso, con pasiones, errores y debilidades. De modo que la verdadera grandeza de Jesús no radica en ser un «Dios» en el sentido en el que la iglesia nos lo quiere enseñar, sino en un poder místico, convinado con su cruda y tangible humanidad.

UNO. Un temperamento mortal

El incidente de la higuera en Marcos once/doce-catorce es un ejemplo perfecto de las imperfecciones de un mortal. Jesús, hambriento, busca fruto en un árbol fuera de temporada. Al no encontrar nada, lo maldice. ¿Acaso un ser omnisciente y todopoderoso cometería un acto tan irracional? La frustración ante la decepción es una emoción puramente humana. Es la respuesta de alguien que espera algo y no lo obtiene. Un dios no se ve sorprendido ni se irrita; un hombre, sí. Es la demostración de un temperamento reactivo, una característica de la vida en la Tierra. Además, si fuera un Dios, podría fácilmente hacer aparecer los higos en sus manos y listo. No habría necesidad de maldecir una higuera por no tener higos cuando no es temporada.

DOS. La razón sobre el dogma

El encuentro con la mujer cananea en Mateo quince/veinte y uno-veinte y ocho es aún más revelador. La mujer le pide que sane a su hija, y él la rechaza con el argumento de que su misión es solo para los israelitas, añadiendo que no está bien tomar la comida de los hijos y dársela a los «perrillos». Es decir, aunque con cierto cariño, la llama «perra» (kunaria en griego). Solo después de que ella lo confronta con ingenio y lógica, él cambia de opinión. Este intercambio no es una demostración de poder divino; es una lección de dialéctica. En este momento, el dogma es desafiado por la razón y la persuasión de un ser humano, y el supuesto mesías se ve obligado a ceder ante ella. Es un triunfo del intelecto sobre una regla preestablecida, un reflejo de la capacidad de la mente humana para cuestionar y adaptarse.

TRES. La carne y la sangre

Los evangelios no pueden ocultar las evidencias físicas y psicológicas de la humanidad de Jesús.

  • Necesidad de descanso: En Marcos cuatro, se duerme agotado en una barca durante una tormenta. Un ser que sostiene el universo no se fatiga. Un hombre, sí.
  • Dolor físico: Su clamor «tengo sed» en la cruz (Juan diecinueve) es la expresión más básica de una necesidad física. Un cuerpo que sufre no es un cuerpo celestial.
  • Miedo y angustia: En el huerto de Getsemaní (Lucas veinte y dos), Jesús se postra en agonía, pidiendo que «pase de él esa copa» de sufrimiento. Esto no es la determinación de un dios, sino el miedo de un hombre que se enfrenta a su propia mortalidad.

En última instancia, el personaje de Jesús, despojado de toda la fantasía de lo divino, se revela como lo que realmente es: Un hombre. Un gran brujo, sí, pero no una deidad como la iglesia quiere. Su historia es la de una vida vivida con pasiones, errores, dolores y miedos, y por supuesto, Yo reconozco el gran poder que manifestaba: El mismo poder de un brujo para inspirar y desafiar, a pesar de su fragilidad y su inevitable final.

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