El maestro que te encuera y al que todos temen

el silencio

Muchos le temen. Su presencia inquieta, excita los nervios, incluso repele. Hablo del maestro que, para enseñarte, primero debe desnudarte. Es un maestro incómodo, impredecible, y por eso, muchos lo evitan a toda costa.

¿Quién es este enigmático personaje que nos confronta de esta manera tan brutal pero necesaria? Pues si pensabas que era Yo, o si creías que iba a hablarte de un brujo famoso, voy a decepcionarte: Es el silencio.

Sí, el silencio. En un mundo lleno de ruido constante, es un acto revolucionario. Nos hemos acostumbrado tanto a la distracción que el silencio nos asusta. Preferimos llenar cada segundo con música, podcasts, notificaciones o conversaciones triviales, porque estar a solas con nuestros pensamientos es un reto.

Hay un ejercicio que a veces hago con la gente que viene a consultarme y tiene miedo hablar de sus problemas conmigo. Luego que los paso a mi consulta, y que me dicen que no saben cómo empezar, me quedo callado frente a ellos; entonces viene una lágrima, ansiedad, desesperación o una confesión inesperada. ¿Sabes por qué?

Muy simple: El silencio les presiona para hablar incluso de lo que no desean, de lo que ni siquiera tenían pensado decirme. ¿Y por qué lo dicen de repente? Porque el silencio, como ya dijimos, es un maestro muy incómodo y la gente prefiere romperlo hasta con sus más íntimas confesiones, antes de soportarlo.

Ahora imagina la escena. Estamos la persona y Yo, sentados frente a frente y con el altar de la Santa Muerte que tiene veladoras encendidas. Huele a incienso, la puerta está cerrada y el silencio, al menos en mi casa, suele ser pesado para quien viene con cargas. La persona espera una pregunta, una invitación, alguna pauta que le permita hablar, pero no digo nada. Solo estoy. Después de algunos segundos, de tres a cinco nada más, se sienten invadidos por la pesadez que comienza a rodearles. Entonces son ellos los que hablan.

Pero si pensabas que esto solo tiene efectos en una consulta, déjame contarte que el silencio también tiene una lección particular y muy reveladora para las relaciones. A menudo pensamos que la conexión se mide por la cantidad de palabras que se intercambian, pero la verdadera prueba de un vínculo fuerte es la capacidad de disfrutar del silencio juntos.

Piensa en esos momentos en los que estás con tu pareja, un amigo o un familiar y no hay necesidad de hablar. Tal vez están simplemente disfrutando de un café. Si ese silencio se siente natural, cómodo y lleno de paz, es una señal inequívoca de que la relación es sólida y saludable. Es el silencio el que te está hablando, diciéndote que todo está bien, que la conexión es tan profunda que no necesita ser verbalizada.

Por el contrario, si el silencio entre dos personas es tenso, incómodo o incluso insoportable, es una alarma que no deberías ignorar. Te incomodas porque el silencio te obliga a enfrentar lo que no se está diciendo: los resentimientos no resueltos, las dudas o la falta de conexión emocional. En esos momentos, el silencio no es un amigo, sino un maestro severo que te muestra lo que está mal y lo que necesita ser reparado.

El silencio no solo tiene un propósito mental o interpersonal, sino que también es una herramienta de sanación en muchos otros aspectos de la vida. Piensa en el ayuno, por ejemplo. Es el silencio del cuerpo. Al dejar de procesar alimentos constantemente, el cuerpo se enfoca en regenerarse. Le das una pausa al sistema digestivo para que pueda dedicarse a limpiar, sanar y restaurar las células. Es un acto de silencio que nutre y fortalece desde adentro.

De la misma manera, necesitamos el silencio emocional y el silencio mental. En un mundo donde se espera que estemos «conectados» veinte y cuatro / siete y que expresemos cada emoción, el silencio emocional nos da un respiro. Te permite procesar tus sentimientos sin la presión de tener que reaccionar o compartirlos de inmediato. Te enseña a sentir, aceptar y soltar sin la necesidad de un drama.

El silencio mental, por su parte, es el fin del torrente de pensamientos, la lista interminable de tareas y la preocupación por el futuro. A través de la meditación o simplemente estando en el presente, puedes silenciar esa charla interna que te agota. Es en ese espacio de calma mental donde surge la claridad, la intuición y la paz.

Cuando el silencio se instala, comienzan sus lecciones:

  • Claridad: En medio del caos, el silencio ordena tus ideas. Te permite escuchar esa voz interior que el ruido había ahogado, dándote claridad sobre lo que sientes y lo que necesitas.
  • Conexión contigo mismo: El silencio te da la oportunidad de reconectar con tu esencia. Sin las expectativas de los demás, puedes averiguar qué es lo que realmente quieres.
  • Paz y resiliencia: Acostumbrarte a la incomodidad del silencio te hace más fuerte. Aprendes a estar en paz contigo mismo, sin la necesidad de validación externa, desarrollando una resiliencia emocional que te prepara para los desafíos de la vida.

Acepta la invitación del silencio. Sé que puede ser intimidante al principio, pero tómalo como un ejercicio. Dedica unos minutos al día a simplemente estar, sin distracciones, y escucha lo que tiene que decirte. Te aseguro que sus lecciones, aunque a veces dolorosas, son de las más valiosas que podrás aprender.

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