La Libertad del Lobo Solitario: Por Qué No Necesito Tu Escuela Esotérica
No sé si sería «digno» de entrar a alguna de esas escuelas esotéricas que tanto abundan por ahí. Pero sabes qué, la verdad es que me importa un carajo. No tengo el menor interés en arrodillarme ante requisitos inventados por otros, en cumplir con rituales que no resuenan con mi propia llama interior.
Soy satanista en el sentido más puro de la palabra: libre. Satán, el adversario, el que se atreve a cuestionar. No el diablo de cuernos de las fantasías cristianas, sino el arquetipo del rebelde que dice «NO» cuando le quieren poner cadenas, incluso si esas cadenas están hechas de incienso y mantras bonitos.
Las escuelas esotéricas te venden la misma mierda que las religiones convencionales, solo que con mejor packaging. «Haz esto, paga esto, medita así, come aquello, venera a este maestro, alcanza este grado, espera tu turno.» Todo perfectamente estructurado para mantenerte en la rueda del hámster espiritual.
Mi evolución no me pide membresías. Mi oscuridad interior no necesita certificaciones. Mi despertar no requiere la aprobación de ningún «maestro» que probablemente esté más perdido que yo, solo que con mejor habilidad para venderse.
Hay un poder brutal en decir: «Yo soy mi propio templo, mi propio sacerdote, mi propio dios.» No es arrogancia, es soberanía. Es reconocer que la chispa divina —o demoníaca, como prefieras llamarla— está dentro de mí, no en algún edificio, no en algún libro «sagrado», no en la voz de ningún gurú.
¿Que tu escuela tiene conocimientos milenarios? Genial. Yo tengo acceso directo a la Gnosis a través de mi propia experiencia, mi propia oscuridad, mi propio fuego. No necesito intermediarios entre yo y el Absoluto.
En el ocultismo se habla del «Camino de la Mano Izquierda» —el sendero del individualista, del que rechaza la disolución del ego en favor de su fortalecimiento y refinamiento. No busco fundirme en la luz blanca del borreguismo espiritual. Busco forjarme en las llamas de mi propia voluntad.
Mis requisitos son los que yo establezco. Mi currículo espiritual lo diseño yo. Mi altar está donde yo decido plantarme. Y si mañana descubro que todo lo que creía estaba equivocado, tengo la libertad de quemarlo todo y empezar de nuevo sin pedirle permiso a ningún consejo de ancianos con túnicas.
Así que no, no sé si sería «apto» para tus escuelas. Y honestamente, me vale madres. Prefiero caminar solo por el desierto de mi propia búsqueda que marchar en fila hacia una iluminación prefabricada.
Soy mi propio demonio y mi propio dios. Mi evolución responde ante mí, no ante tus estatutos. Y esa, hermano, es la libertad más peligrosa y hermosa que existe.
Ave Satán. Ave Yo Mismo. Que cada quien encuentre su camino. El mío no tiene nombre ni dirección registrada.
