Maldiciones: Las reglas del juego

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Las maldiciones tienen un poder innegable, pero conllevan una desventaja importante: no siempre podemos controlar con exactitud los efectos que tendrán. Podemos dirigirlas con una intención clara, pero el desenlace puede tomar caminos inesperados y, en ocasiones, más trágicos de lo que imaginamos.

Hace dos semanas, pedí comida a través de UberEats. El repartidor llegó con el pedido, le pagué, pero por la prisa no verifiqué la confirmación del pago en la aplicación. A los pocos minutos, noté que el cobro no se había registrado. Me había robado. En ese momento, sentí ira y frustración por no poderle hacer nada; pero entregué todo eso como sacrificio vivo a los demonios y a la Santa Muerte, y ya tranquilo, lo maldije con estas palabras:

«En muy poco valuaste tu vida. Tendrás un accidente de motocicleta y gastarás mucho más en hospitales de lo que me robaste, perro infeliz.»

Me olvidé del asunto y la maldición se cumplió una semana después. El repartidor tuvo el accidente, pero no gastó en hospitales. En su lugar, su familia pagó su funeral. Más aún, su hermanito de cinco años iba con él en la motocicleta. El niño sobrevivió, pero sufrió graves heridas y tuvo que ser operado del cráneo. Todavía está hospitalizado y, a la fecha y hora en que escribo, no se sabe cuál será su suerte.

Supe que se trataba del mismo repartidor porque alguien que vio la noticia en los periódicos, y que vio al repartidor que me trajo la comida (aunque no supo que me había robado ni la maldición que Yo había lanzado), me aseguró asombrado que el de la foto que apareció en la nota era el mismo repartidor.

Este suceso deja una lección clara, no para mí, sino para quien lee: las maldiciones no son un arma de precisión. Podemos desear que alguien pague por su mal actuar, pero el resultado puede ser más severo de lo esperado e incluso involucrar a personas que no tenían culpa. Esto no significa que las maldiciones no funcionen; significa que tienen un costo y un margen de incertidumbre.

Yo solo quería que el ladrón pagara, no que se muriera, ni que su pequeño hermano se debatiera entre la vida y la muerte; pero no me arrepiento de lo que hice, porque sé que las maldiciones suelen desembocar en cosas como esta; quizá un aprendiz, alguien que no está seguro de lo que desea hacer, pueda arrepentirse y vivir con remordimientos toda su vida.

La lección que quiero dejarte, aprovechando el suceso, es que cuando lanzas una maldición, no solo decides el destino de alguien más, sino que también debes asumir la responsabilidad de lo que pueda ocurrir. Y, en ocasiones, el desenlace puede pesar más en tu conciencia de lo que imaginabas. Si no estás preparado para lo que venga, si no estás dispuesto a asumir los costos de maldecir, mejor no lo hagas. Son las reglas del juego.

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