Prólogo por: la Bruja Celestina
Mi padre dice que el mundo es un libro abierto, y, sin intención de presumir, pero Él ha tenido la suerte de ojear muchas de sus páginas. En cada viaje, en cada conversación según me cuenta (a veces), uno se topa con sorpresas que te recuerdan lo vasto y misterioso que es nuestro planeta y, sobre todo, el espíritu humano. Si alguien les dice que lo sabe todo de brujerías, religiones o creencias, ¡no le crean ni una palabra! O les está mintiendo descaradamente, o no ha entendido ni la mitad de lo que hay ahí fuera. Pero bueno, hoy el Príncipe Lucifer les trae un pedacito de ese vasto conocimiento que ha podido adquirir, algo que me voló la cabeza en su momento y que, estoy segura, les fascinará: María Lionza, la reina espiritual de Venezuela. Que lo disfruten tanto como Yo cuando me lo contó.
María Lionza: la reina espiritual de Venezuela

La vida tiene sus ironías. No fue en una expedición por la selva amazónica, sino en una cafetería con ese aire clásico y acogedor que solo Madrid sabe dar, con el aroma a café recién molido y el murmullo de las conversaciones. De esos sitios donde uno podría pasar horas simplemente observando el ir y venir de la gente, y que he encontrado en otras ciudades como Roma o Buenos Aires. Este en particular, se llamaba «El Gato Negro», y era de esos establecimientos con un encanto de antaño: espejos empañados por el tiempo, mesas de mármol frío y sillas de madera que crujían con cada movimiento, prometiendo historias y secretos en cada rincón.
Me senté con mi café solo, esperando a mis amigos como de costumbre, disfrutando de ese pequeño oasis de tranquilidad en el ajetreo madrileño. Ella, una mujer con una sonrisa cálida que se notaba al hablar, ocupó la mesa de al lado. Luego, su teléfono sonó con una melodía peculiar, y al descolgarlo, pronunció unas palabras en un acento que me resultó inconfundiblemente venezolano. La habían plantado, así que la invité a venir a mi mesa.
«¡Qué alegría escuchar ese acento!», le dije, con esa facilidad para romper el hielo que te dan los años de viaje. «¿De Venezuela, verdad?».
Ella me habló sorprendida, echándose a reír. «¡Exacto! ¿Y usted, de dónde viene con esos aires de mundo?».
Y así, entre risas y el fondo musical que invitaba a relajarte, empezó la conversación. Hablamos de Madrid, de viajes, de las cosas que se extrañan de casa y de las que se descubren lejos de ella. En un momento dado, mientras el aroma a café recién molido llenaba el aire y la charla se hacía más profunda, la conversación derivó hacia las creencias y la espiritualidad. Fue entonces cuando, con una naturalidad pasmosa, me abrió una ventana a un mundo espiritual fascinante: el de María Lionza.
Me contó que su centro de culto está en Venezuela, específicamente en un lugar mágico llamado la Montaña de Sorte. Para los creyentes, María Lionza es una figura poderosa: reina mística, protectora, curandera y una madre espiritual. Algunos la ven como una diosa, otros como una santa, y muchos como una especie de súper médium que conecta con el más allá. Fue una conversación tan intensa que, honestamente, cuando se acabó el café, pedimos otro, y luego otro, porque la charla y la magia apenas empezaban. Digamos que, para un trotamundos como yo, algunas conexiones van más allá de una simple tarde de café.
Lo más alucinante del culto a María Lionza es su origen. Imaginen una batidora donde metes tradiciones indígenas, creencias africanas (esas que llegaron con la diáspora) y un toque de catolicismo. ¿El resultado? Un sincretismo único, vibrante y muy potente. Esto no es algo raro en América Latina; es la marca de una historia compleja, donde las culturas se han mezclado, a veces a la fuerza, otras por pura supervivencia. Y de esa mezcla, de ese caldero cultural, emerge algo completamente nuevo y lleno de vida. Es como la fusión de sabores en una buena receta, donde cada ingrediente aporta su esencia, pero el resultado final es mucho más que la suma de sus partes.
Los rituales en honor a María Lionza son impresionantes, de verdad. La gente se purifica en ríos, hacen ofrendas, y sí, se comunican con los muertos. A veces, entran en trance, permitiendo que espíritus se manifiesten a través de ellos para dar consejos, curar enfermedades o «hacer trabajos» (como se le dice a las peticiones o favores espirituales). Pero si hay un ritual que me dejó boquiabierto, fue el «baile en candela»: ¡imaginen caminar descalzos sobre brasas ardientes! Es una prueba de fe brutal, una entrega total que desafía todo lo que creemos saber sobre el dolor y la resistencia humana. He vivido cosas increíbles en mis viajes, pero pocas tan impactantes como esa.
Dentro del culto a María Lionza, hay diferentes «divisiones» o, como le dicen ellos, «cortes espirituales». Cada una tiene sus propios guías y espíritus. Está la Corte India, la Corte Africana, la Corte Médica. Es como un organigrama de un reino invisible, donde María Lionza es la reina que las coordina a todas. Me recuerda a las distintas ramas de conocimiento que uno encuentra en las universidades, cada una especializada en lo suyo, pero todas bajo un mismo techo.
Aunque es un culto venezolano, la devoción a María Lionza ya no tiene fronteras. La gente de otros países la ha adoptado, buscando una espiritualidad más directa, más real, sin tanto intermediario ni dogma complicado. Es una muestra de cómo la gente, en el fondo, busca algo en qué creer, algo que dé sentido a sus vidas, y esta fe ofrece una conexión genuina y muy personal. Lo he vivido en los barrios latinos de California, en comunidades en España y hasta en rincones de Europa donde menos te lo esperas.
¿Es brujería? ¿Es religión? ¿Es devoción popular? La verdad, no tengo una respuesta definitiva, y creo que nadie la tiene. Lo que sí sé es que mueve a miles de personas, y hay una fuerza innegable en esa fe. Para mí, lo importante es hablar de estas cosas con respeto, con la mente abierta, y con ese espíritu curioso que me ha llevado a recorrer el mundo. Porque, como siempre digo, en este viaje de la vida, nadie tiene toda la verdad… pero todos tenemos una historia que vale la pena escuchar.
P.D. Mis amigos tampoco llegaron, pero compañía no me faltó en toda la noche. Ahí se las dejo.
