No es que el dinero no te escuche, es que no eres derecho con él

respeto al dinero

«Pero a mí el dinero parece no escucharme cuando le hablo». Así me dijo un suscriptor de La Voz de Satán cuando leyó mi artículo pasado sobre el pacto con el dinero y es que, la razón por la que esto sucede, es quizás porque no estás siendo derecho con Él.

¿Ser derecho con el dinero?

Sí, porque recuerda que el dinero te escucha y también espera, como cualquier persona con la que hables, que seas derecho. Esa es la única manera en que Él te escuchará siempre y atenderá tus peticiones como buen socio y amigo que suele ser. Cuando ustedes me envían un donativo y me dicen: “Maestro, aquí le mando para que se vaya a cenar con su esposa”, no tomo ese dinero para utilizarlo en el gasto, pagar impuestos o arreglar algo de la casa; si así lo hiciera, estaría faltándole seriamente al respeto. Por eso lo utilizo para irme a cenar con mi esposa, pase lo que pase y que me lleve el diablo si quiere, porque ese dinero ya viene etiquetado y lo sabe.

¿Pero cuántas veces has tenido la intención de obtener algo, ahorras, te preparas y luego, así como así, acabas gastándote el dinero en otra cosa muy distinta a lo que sería destinado? Yo imagino al dinero diciendo: «¡Óyeme cabrón, pues en qué quedamos! ¿Es así como honras tu palabra conmigo? ¿Y entonces por qué te extraña que no te escuche? Te prometiste a ti mismo que ese dinero sería para un propósito específico, pero en el camino lo traicionaste. No fuiste derecho. Y el dinero, que es un ser sensible y tiene memoria, simplemente se va a otro lugar donde la gente sí cumple su palabra.

Piensa en el dinero como un ser vivo, porque, por más loco que suene para los no iniciados, eso es. No le gusta que lo maltraten, que lo traten como un esclavo o que le mientan. El dinero fluye hacia las personas que lo respetan, que le dan un propósito claro y que honran su compromiso. Porque el dinero es más que un simple papel; es la energía de tus intenciones. Si tu intención no es pura o la cambias a mitad de camino, esa energía se disipa y se va.

Piensa en esas pequeñas traiciones que cometemos sin darnos cuenta. El dinero, al igual que una persona, se decepciona cuando le prometes algo y no lo cumples. Aquí te pongo un par de ejemplos:

  • La traición del viaje prometido: Llevas meses ahorrando en una cuenta específica para ese viaje a la playa que siempre has soñado. Cada quincena, pones una cantidad ahí con la intención clara de irte a descansar. El dinero en esa cuenta está feliz, siente que su destino es conseguirte todos los placeres que hay en la arena, el mar y disfrutar un coctel bajo el sol. De repente, tu coche se descompone o ves una oferta de televisión y, sin pensarlo dos veces, tomas el dinero del viaje y lo gastas. ¡El dinero se siente traicionado! No solo se usó para algo distinto a su propósito original, sino que tu sueño, tu intención inicial, se disipó. El dinero se va de ahí sin cumplir su misión y, ¿qué crees? La próxima vez que intentes ahorrar para algo, esa energía ya no será tan fuerte.
  • El dinero del ahorro para el futuro: Quizás eres de los que ahorra un porcentaje de su sueldo para construir un patrimonio. Tienes la intención de que ese dinero crezca para comprar una casa o invertir. El dinero, al sentir esa intención, comienza a trabajar para ti en silencio, preparándose para ese gran momento. Pero un día, un amigo te invita a un concierto o a una fiesta muy cara y, en un impulso, sacas el dinero de esa cuenta de ahorro. El dinero no juzga, pero sí siente. Al ver que lo usaste para una gratificación instantánea en lugar del propósito a largo plazo, su energía se debilita. La próxima vez que quieras ahorrar, te costará más, porque el dinero ya sabe que no cumples tu palabra.
  • La traición de la deuda: Pides prestado dinero con la intención de usarlo para un negocio o para saldar una cuenta importante, pero luego lo utilizas para irte de compras o para un gasto frívolo. El dinero prestado ya viene con una carga energética; no es tuyo del todo. Al usarlo de una forma deshonesta, no solo traicionas a la persona que te lo prestó, sino que también confundes al dinero y su propósito, volviéndote poco confiable a sus ojos.

Así que, la próxima vez que llames al dinero para un propósito específico, y atienda tu petición, no lo trates a la ligera. Respeta su destino. Y cuando el dinero cumpla con esa misión, agradécele y libéralo para que siga su camino. A cambio, él regresará a ti, multiplicado, porque sabe que eres alguien en quien puede confiar. Al final del día, el dinero no es tu amo, pero tampoco es tu esclavo: es tu socio, tu cómplice, tu amigo. Y como tal, merece tu respeto y tu palabra.

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