Por qué no puedo creer en el Dios de la iglesia: una reflexión desde la razón y la libertad
Desde una postura crítica y libre, como corresponde a quien se atreve a pensar por sí mismo, me es imposible creer en el Dios que predican las iglesias. No por rebeldía vacía, ni por simple provocación, sino porque su relato central me resulta absurdo, incoherente y profundamente injusto.
Según su historia, ese dios todopoderoso crea al hombre y a la mujer, dice que lo que ha hecho es bueno, y luego les da libre albedrío. Los pone en un jardín, pero les impone una prohibición: no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Luego pone ese árbol justo en el centro del Edén, accesible, visible, tentador.
Y aquí está la primera contradicción de ese «Dios bueno y justo»: ¿Para qué les da libertad si no tolera que la usen? Simple: No hay tal libertad. Él mismo crea un escenario donde el error es casi inevitable, con la intención de culparlos después.
Cuando Eva y Adán comen del fruto (buscando conocimiento, por cierto, no poder ni venganza), este dios los castiga, los expulsa del paraíso, y maldice a toda su descendencia. Un error de dos personas se convierte, en su lógica, en un pecado hereditario que arrastra a generaciones enteras. La humanidad, nacida de ese “pecado”, queda marcada desde el nacimiento.
Con el paso del tiempo, como si fuera un tirano caprichoso, ese dios se cansa de su creación, la misma que en un principio dijo que era buena; la considera corrupta y decide exterminarla con un diluvio. Salva solo a Noé y su familia, para repoblar el mundo. Pero, como era de esperarse, la nueva humanidad vuelve a desviarse del camino que Él exige. Y entonces, al paso de muchos siglos, llega la parte más oscura del mito: envía a su propio hijo a morir, de forma brutal y humillante, para redimir los pecados que Él mismo permitió, planeó y provocó desde el principio.
Y todo esto, nos dicen en las iglesias, “era parte de su plan divino”. ¿No suena eso más a los caprichos de un demente que a la mente de un ser supremo?
Desde la filosofía satanista, donde el conocimiento, la autonomía, el cuestionamiento y la responsabilidad individual son virtudes, esta narrativa es inaceptable. Se penaliza la búsqueda del saber. Se glorifica la obediencia ciega. Se presenta el sufrimiento como redención, y la sumisión como salvación.
No, gracias.
Reivindico a quienes comen del fruto prohibido. A quienes cuestionan lo sagrado. A quienes no temen ser expulsados del paraíso porque prefieren la verdad, aunque sea dura, a una mentira cómoda. Si hay algo verdaderamente infernal en este mundo, no es el fuego, sino la esclavitud mental a una lógica que no resiste el más mínimo análisis racional.
Por eso, no puedo creer en el dios de la iglesia. Y no es porque haya sido engañado por la «serpiente», sino porque abrí los ojos. Porque elegí pensar.
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