¿Poseído o Enfermo?

Como profesional de la magia, he atendido a muchas personas que llegan a mi consulta convencidas de que están poseídas, o de que algún ser querido lo está. He tenido la oportunidad de escucharlos y observar cómo, en efecto, su forma de hablar, de moverse y conducirse cambia de manera profunda. A veces usan voces que no parecen suyas, se comportan de forma completamente distinta, y expresan cosas que ellos mismos no comprenden. Estos casos pueden parecer claramente espirituales… y a veces lo son. Pero muchas otras veces no.

Esta semana, sin ir más lejos, me trajeron a una joven de veinte años, acompañada por sus padres visiblemente angustiados. Al llegar, era una muchacha de voz dulce y apariencia tierna, incluso algo tímida. Sin embargo, durante la sesión, su comportamiento dio un giro abrupto. De pronto, se despojó por completo de su ropa, quedando totalmente desnuda, y comenzó a dirigirse a mí con propuestas sexuales explícitas, sin mostrar reparo alguno por la presencia de sus padres. Lo más inquietante fue que, en ese instante, su voz también cambió: se tornó grave, oscura, completamente distinta a la que había mostrado al inicio. Afirmaba estar poseída por Asmodeus, el demonio de la lujuria, y decía que su cuerpo ya no le pertenecía.

Parece posesión. ¿Verdad?

Pues bien, si nos quedamos solo con eso, pediríamos a sus padres algo de dinero y aplicaríamos tratamiento mágico. No obstante, la evaluación psiquiátrica que les pedí, y que afortunadamente traían (cosa que no sucede en la mayoría de los casos), fue clara: se trataba de un episodio psicótico dentro de un cuadro de esquizofrenia, cuyos síntomas explicaban tanto las alucinaciones como la desinhibición y el delirio de posesión.

¿Un brujo pidiendo evaluación psiquiátrica?

Pues sí. A diferencia del charlatán, que se aprovecha del miedo para vender un “exorcismo” inmediato, yo pido algo esencial antes de cualquier intervención: un Electroencefalograma (EEG) y una evaluación psiquiátrica. Porque antes de actuar desde lo espiritual, tengo la responsabilidad de investigar qué dice la medicina.

Por ejemplo, un trastorno bipolar tiene causas químico-cerebrales. Se relaciona con desequilibrios en neurotransmisores que afectan directamente el comportamiento y las emociones. El paciente, sin embargo, puede pensar que esas depresiones o subidas de ánimo tan repentinas e inexplicables se deben a un trabajo de magia negra. En cambio, la esquizofrenia —aunque se encuentra bien documentada en la psiquiatría— es, desde mi perspectiva, una condición en la que la persona ha perdido la protección natural que todos tenemos ante el mundo espiritual. Por eso, quienes la padecen pueden ver, oír o sentir cosas que no existen en nuestra realidad compartida, sino en el bajo astral.

Aun así, incluso en estos casos, es indispensable el apoyo médico. Porque sin él, el control se pierde, y cualquier intento de ayuda espiritual puede resultar peligroso o inútil. La calma y estabilidad que ofrecen los medicamentos, aunque sean provisionales, pueden darnos tiempo para trabajar tranquilamente desde la magia.

Mi papel no es negar lo espiritual. Al contrario: lo trabajo con respeto y compromiso. Pero también entiendo que parte de ese compromiso implica saber diferenciar. No todo lo raro es magia. No todo lo aterrador es una posesión. No todo lo que parece inexplicable escapa a la ciencia.

Un verdadero brujo no se limita a conocer rituales y oraciones. Un verdadero brujo estudia. Sabe de psicología, de psiquiatría, de endocrinología, de medicina y de muchas otras ramas del conocimiento humano. Porque solo así puede servir de verdad. Solo así puede ayudar con responsabilidad. Y solo así puede proteger a quienes lo buscan desde la desesperación.

De modo que, entendámoslo: La magia no es ignorancia disfrazada. La magia verdadera es sabiduría en acción.