Virginia de la Muerte
Parte Uno

Virgnia de la muerte

Hoy les presento una nueva historia. Me la han enviado desde Michoacán y espero que les guste.

Virginia de la Muerte

“Mi nombre es Fátima y escribo desde la ciudad de Morelia, aunque la historia que voy a narrar sucedió en Janitzio, Michoacán, una de las cinco islas que tiene el Lago de Pátzcuaro. Ahora soy casada y soy madre de dos niños; pero quiero contar algo que sucedió cuando Yo era una niña de diez años. Espero que les guste mi relato y que usted, maestro, pueda y quiera comentarme algo al respecto.

Debo comenzar explicando que, como parte de la celebración del día de muertos, en Janitzio es costumbre que la noche del uno de noviembre vamos al panteón a dejar ofrendas para nuestros seres queridos ya fallecidos. Es un ritual bastante solemne que se hace en silencio. Pues bien, digo todo esto como introducción, porque fue la noche del uno de noviembre de mil novecientos ochenta y ocho, cuando mis padres, mi hermana Tania de doce años y Yo, acudimos al cementerio a hacer lo propio, pero, en la puerta, nos encontramos con una niñita de color como de ocho años de edad que vendía flores. Su ropa, si a esos harapos se les podía llamar ropa, estaba sucia y mal oliente. Sus flores, las que vendía, ya estaban marchitas y en verdad que inspiraba mucha lástima cuando las ofrecía, y aún más cuando nos decía que era para poder comer algo. La gente parecía no verla y a mí me molestó esa indiferencia, pero no le compramos nada. Entramos al campo santo, dejamos nuestra ofrenda y al salir, volvimos a verla en el mismo lugar. Fue entonces que, puesto que en mi casa siempre fuimos de dinero, mis padres se acercaron a preguntarle sobre su familia y por qué vendía esas flores marchitas. Yo pensé que le darían algún dinero para que cenara aquella noche o, en su caso, que iríamos a visitar a su familia para ver cómo podíamos ayudar; pero en vez de eso, mis padres decidieron adoptarla.

Sí, ya sé que lo dije demasiado rápido, pero es que así sucedió y mi reacción fue la misma que seguramente están viviendo ustedes. ¿Adoptarla? ¿Y a razón de qué? Nunca lo entendí, y al paso de los años, supe que en ese momento mis padres tampoco. Solo sintieron el impulso de ayudar y así lo hicieron. Virginia, que así se llamaba la niña, entró de golpe y porrazo a formar parte de mi familia que, hasta entonces, se conformaba por mi hermana, mis padres y Yo. Imaginen lo que mi hermana y Yo sentimos cuando, así de buenas a primeras, ya teníamos una hermana más y a la que muy poco, o mejor dicho nada conocíamos.

Esa noche nos la llevamos a casa, pero Yo me sentía extraña. No sé cómo explicarlo, pero Virginia me daba miedo. No por su aspecto sucio y desalineado porque eso se le quitó con un buen baño, ni por ser negrita, sino porque algo había en Ella que desde un principio no me gustó. Era su presencia, o tal vez sus ojos de mirada extraña. Mis padres le atribuían todo eso a la desnutrición, pero a mí no me convencía. Había algo en Ella.

Sin embargo, ese miedo y la timidez de Virginia fueron desapareciendo con los días. Al principio Virginia era muy distante y fría con nosotros. Andaba por los rincones, siempre sola y en algún momento, hasta le vi hablando con algún ser imaginario. Luego, poco a poco, la niña ya no era tan extraña para nosotros y muy pronto la comenzamos a querer mucho. Se adaptó a nosotros, y nosotros a Ella, como si en verdad hubiera nacido en el seno de nuestra familia. Jugábamos, reíamos y todo fue felicidad por algún tiempo; pero después, algo sucedió. Fue como si algo se rompiera entre nosotras, o como si de pronto, algo se apoderara de nuestra casa y lo voy a explicar con detalle enseguida.

Una noche, estando Yo en mi habitación, vi una especie de neblina extraña que se coló por la rendija de mi puerta. Me llené de miedo, pero justo entonces, de esa extraña niebla surgió una figura pequeña. Sus ojos brillaban con una luz propia y parecía flotar. Era Virginia, pero no vestida con las ropas limpias que se le habían dado en casa, sino con el mismo vestido blanco sucio y desgarrado con el que la encontramos en el cementerio, y con su cabello largo y enmarañado cayendo como una cortina oscura sobre su rostro, justo como la vimos aquella noche de muertos.

Avanzó hacia mí con movimientos lentos y deliberados. Sus pies descalzos no hacían ruido porque no tocaban el suelo. Me quedé paralizada, el miedo atenazando mi garganta, incapaz de moverme o de apartar la mirada de esos ojos vacíos que me observaban con una intensidad inhumana. Virginia se detuvo a los pies de la cama, y la luz temblorosa de mi lámpara iluminó su rostro pálido y carente de vida. Su voz rompió el silencio, un susurro frío y cortante que se coló en mis oídos como un cuchillo helado.

«Vengo a hacer cumplir lo que alguien no cumplió».

Las palabras resonaron en mi mente, llenándola de un terror indescriptible. Su voz, aunque suave, estaba cargada de una malevolencia que no le conocía hasta ahora, como si cada sílaba fuera un eco de amenazas y muerte. Sentí como si algo invisible me apretara el corazón, cada latido más doloroso que el anterior.

Virginia levantó una mano, señalando algo detrás de mí. Giré la cabeza lentamente, mi cuerpo temblando, pero no vi nada. Un susurro sibilante llenó el aire, pero cuando volví la mirada, ella había desaparecido, disolviéndose en la niebla como un espectro. Como fuera, sus palabras seguían reverberando en mi mente, y su presencia se sentía más pesada que nunca. No supe más de mí. Caí en una especie de sueño lúcido en el que seguí viendo y escuchando cosas sin sentido y a la mañana siguiente, desperté como si nada hubiera pasado.

Y hasta aquí la dejamos por esta semana, porque la historia es larga; sin embargo, los espero para la próxima entrega y mientras tanto, les recuerdo que, si requieren cualquier trabajo de brujería, pueden contactarme en LA VOZ DE SATAN.

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